Las otras vidas by Clara Obligado

Las otras vidas by Clara Obligado

autor:Clara Obligado
La lengua: eng
Format: epub
editor: Editorial Paginas de Espuma
publicado: 2016-02-24T00:00:00+00:00


Con las mujeres nunca se sabe (homenaje a Raymond Carver)

Myriam Rabidovich había sido desde siempre mi mejor amiga. Crecimos en Chivilcoy, cerca del viejo molino, donde hay calles de tierra, fuimos juntas a la escuela primaria, luego a la secundaria, más tarde compartimos una pieza de pensión en Buenos Aires y nos apuntamos a un curso de diseño de modas. En esa época intercambiamos vestidos y blusas, pantalones ajustados y hombres a los que besamos y que nos querían manosear. También aprendimos a caminar como modelos.

En el verano anterior al fin de los estudios juntamos todo nuestro dinero y nos fuimos de vacaciones. Al regresar a clase hicimos el proyecto de vivir juntas y de poner un negocio donde venderíamos nuestras propias creaciones. Pero ese mismo semestre Myriam decidió abandonar los estudios para casarse.

Por supuesto que asistí a su casamiento, que se celebraría poco antes de Navidad. Yo estaba en Buenos Aires estudiando, y ella había regresado a Chivilcoy, así que viajé unos días antes porque Myriam estaría sola y quería ayudarla con el vestido. Beto era viajante, ofrecía detergentes y esas cosas de las tintorerías, para ello tenía que recorrer el país de una punta a la otra. Viajaba en micro, porque para entonces todavía no habían podido comprarse un auto de segunda mano, pero decía que no le importaba.

Así que Beto no llegaría hasta una semana más tarde. Ella no tenía familia, sólo contaba conmigo para que la ayudara con la casa, la fiesta, que sería muy sencilla, y todo lo demás. El vestido de novia era mi regalo, además de mi primer diseño.

Había hecho muchísimo calor en las primeras semanas de diciembre así que todo el mundo andaba ligero de ropa y con aire indolente. Los perros estaban echados a la sombra y ni los pájaros piaban a la hora de la siesta, cuando las chicharras zumbaban como locas. De noche llegaban los mosquitos, así que casi no se podía dormir.

Caminé sola desde la estación pensando que había hecho bien al dejar este pueblo de mierda y, antes de llegar a la casa que compartiría la pareja, tuve que detenerme en la esquina para abanicarme con la cartera porque me pareció que me iba a desmayar. Pero dos días antes de la ceremonia, el viento del sudeste trajo una lluvia torrencial que interpretamos como de buena suerte y que se llevó todos los bichos. Una mañana, muy temprano, sentí golpear el agua con violencia contra el techo de zinc y oí cómo caía desde el canalón un chorro tenaz. No había deshecho mis valijas y dormía en una pieza minúscula que estaría destinada a los chicos, cuando vinieran, al lado del dormitorio de Myriam y Beto. Allá, además de mis cosas y algunos cachivaches, entre cajas sin abrir, Myriam había colgado su vestido de novia.

Beto apareció el día anterior al casamiento, una mañana templada, cuando casi había amanecido. Yo no lo había visto nunca, y se parecía poco a las fotos que me había mostrado Myriam. Se



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